30.10.07

Ars poetica

(en redacción)

13.10.07

Los Largos Estertores

Comentarios a propósito de "Radio Ciudad Perdida" de Daniel Alarcón

Por Anahí Durand Guevara




¿Existe una literatura de posguerra? Pareciera ocioso responder esta pregunta, quizá lo único que existen son justamente nuestras guerras; largos periodos de violencia en que todas las fracturas irresueltas que cargamos como país estallan haciendo pedazos la frágil certeza de un nosotros. Luego, cuando pasa lo más álgido del conflicto y se ensayan pactos y pacificaciones, los enfrentamientos armados cesan pero quedan secuelas que nos acompañan devolviéndonos al horror y el sufrimiento vivido...Los familiares muertos, las vecinas violadas, los compañeros presos, los amigos desaparecidos... Eso queda, alimentando pesares y rencores más aun cuando la paz se sella sin diálogo y desde el poder se avala la impunidad impulsando el olvido.

La literatura y el arte en general abren brechas a estos silencios oficiales, enunciando estos "pendientes" del conflicto. Esfuerzos por la memoria al fin y al cabo donde realidad y ficción cruzan y se intersectan retratando intensas historias individuales envueltas en dramas colectivos. Parejas separadas, pueblos enfrentados, familias desplazadas y saldos de batallas sin ganador posible. "Radio Ciudad
Perdida" nos habla de todo ello presentándonos la densa realidad de un país que sobrevive como puede a su posguerra. Convivir con ausencias, sortear las sospechas, esperar vanamente alguna noticia de aquellos que desaparecieron se vuelve cotidiano, al tiempo que se descubren secretos íntimos empañados hasta ese entonces por la convulsión de la violencia.

La novela fluye sin problemas y revela poco a poco una cadena de encuentros y desencuentros que enlazan a personajes aparentemente disímiles pero signados todos por la huella indeleble de la guerra. El punto de partida es la historia de una pareja de profesionales donde el marido mantiene una vida paralela de colaboración con la insurgencia. Sus viajes clandestinos a un pueblo de la selva terminan
con su desaparición y muerte en manos de los soldados mientras en la ciudad su esposa sobrevive a su ausencia abocada a su trabajo como locutora en un programa de radio que ayuda a la gente a encontrar a sus seres queridos. La llegada a la radio de un niño con los nombres de los desparecidos de su pueblo, es el detonante para que la mujer hilvane retazos de su vida conyugal que acaban por revelarle lo poco
que sabía del hombre al que amaba y del mismo país en que vivían.

"Radio Ciudad Pérdida" discurre en un país que nunca se nombra,apelando a un recurso literario que juega con la territorialidad para dotar de mayor universalidad a la obra. Sin embargo, mientras Alarcón opta por la vaguedad espacial en el plano temporal hay un empeño por enumerar meses y años de cada acontecimiento en un derroche de contabilidad que puede hasta confundir un poco. Si bien esto no
desmerece la novela, no alcanza la elaboración que logra la construcción de los personajes y sus historias entrelazadas. Norma, una periodista que sobrevive a la desaparición de su esposo, encarna uno de los rostros más terribles de la guerra; privar a alguien de la tangibilidad del otro, de la posibilidad de asirlo cuando y donde se quiera es una forma de castigo que vulnera en lo más intimo nuestra
necesidad de contacto, de certezas…La prisión, el destierro y la desaparición forzada son formas organizadas de ausencia que suelen traer consigo las posguerras…Y como toda ausencia que se intuye impuesta es una invitación a la espera Norma no pierde las esperanzas de volver a ver a su marido. La angustia ante la incertidumbre y la desazón por no saber todas las vidas de la persona amada, son
dimensiones de Norma muy bien retratadas en la novela. Convence menos sí la aureola de ubicuidad que envuelve su papel de locutora de noticias, lo mismo que la fidelidad en cuerpo y alma al recuerdo de su marido. A ratos Norma encarna un estereotipo de mujer que sobrelleva incondicionalmente las mentiras conyugales amando si preguntas al marido politizado…Esta docilidad, sumada a una impasible neutralidad ideológica resultan difíciles de hallar en alguien que como Norma vive
una realidad tan convulsa.

El esposo de Norma, Rey me resulta mucho más convincente y retrata muy bien a quienes como él, de un modo u otro, tomaron parte activa en el proceso de violencia. Rey esta lejos de ser un militante convencido, es un ser ambiguo y hasta escéptico pero que no es ajeno a la convulsión de su tiempo. Dado el momento de decidir Rey lo hace y opta por la insurgencia. Desde entonces ya no existe punto de retorno; cada
acción que realiza lo liga mas a esa apuesta…no hay una fuerza externa que lo obligue, es lo que se va tejiendo: los compañeros caídos, la represión que arremete, la sensación justiciera, son algunos de los elementos que lo llevan a colaborar justificando su doble vida colmada de verdades a medias y frágiles silencios. Finalmente la guerra atrapa a sus protagonistas en su vorágine de crueldad y la pacificación se impone a sangre y fuego. No hay la más mínima compasión con los
vencidos, y a la derrota militar se suma una peor; la desazón moral de no saber si la apuesta por la que se arriesgó la vida fue realmente la correcta. Hay quienes se niegan a dejar las armas y deambulan por la selva ignorando que, como lo dijo el coronel Aureliano Buendía, es más difícil terminar una guerra que empezarla. Hay otros, como Rey, que no tienen tiempo de negarse ni rehacer sus vidas y son acribillados por la fuerza vencedora terminando sus días en cualquier río de la
Amazonía.

Que Alarcón escriba en ingles y luego sea traducido no es algo que desmerezca o interrumpa la lectura, tampoco el hecho de que sea peruano y a la vez gringo. Finalmente creo que el autor consigue su objetivo: entregarnos una historia bien armada que nos interpela sobre los largos estertores que son nuestras posguerras… La novela conmueve sin caer en esa innecesaria gravedad que algunos consideran
indispensable al momento de abordar temas políticos o sociales… Conmueve por que nos habla de nosotros mismos, de las abismales brechas sociales que persisten y las heridas abiertas que ha dejado en tantos la violencia. En el Perú por lo menos, la etapa de violencia es un tema pendiente del que aun no nos hemos sincerado lo suficiente.
Por eso resulta sumamente importante que desde la literatura se hable de ello, se escriba, se cuestione, se indague en que paso, que tiene que pasar para que amigos, vecinos de un mismo barrio, de una misma comunidad terminen enfrentados hasta la muerte. Supongo que finalmente ese es el mayor valor de una novela, cuestionarnos sobre la inabarcable y compleja condición humana.

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En el Tercer Planeta

A propósito de los 30 años de la partida de Luís Hernández

Por Gonzalo Valderrama Escalante



A diferencia de Vallejo y su postura adusta en esa su famosa foto, la no menos famosa foto de Luís Hernández encendiéndose un pucho me impresionó de sobremanera, algo de hedonismo griego y bacanería peruana en su gesto me llamaron la atención, sus textos me sorprendieron, no había leído nada así hasta entonces, cuando era feliz e indocumentado. Me acuerdo y no cito de memoria nunca muchos de sus versos; de los primeros que leí, la historia de Billy the Kid, que por la espalda va herido, eso de corajudo de andar recorriendo los condados de Ducal y Hamilton y Premier a pesar de la tristeza y el dolor me pareció genial y sobre todo corajudo. Muchas veces, todas las veces que de amor hable con mi amor, recurrí a sus versos, sobre todo a sus varias versiones de la Chanson d’amour, cuando dice el cielo son dos. Dije también “entra en mi casa / mira el mar conmigo / una a una las olas / gastaran / nuestras vidas”, total más que de sus autores los poemas son de quienes los necesitan.
Las historias sobre su persona, sus anécdotas y su genio completaron esa imagen que del autor me hice, entre el estoicismo y la fragilidad una vida sui generis, siendo médico el hecho de no cobrar por sus consultas o cobrar en especies, dar recetas a cambio de pan o gaseosas, o ni siquiera dar recetas sino solo conversar con sus pacientes y regalarles cuadernos de poemas de su puño y letra, poner altoparlantes en la ultima selva de Perú, con música clásica a todo volumen para ver entre la frondosa vegetación volutas de humo y aves y así nunca entendí exactamente que habría pasado para que termine con sus días como se dice, arrojándose a un tren hace exactamente 30 años este octubre, en Argentina, lejos de su patria, y con un amor que lo esperaba para ver el mar. Difícil imagen, y ahora que reviso las crónicas sobre los 30 años de su partida me sorprende que la mayoría de críticos literarios ponga énfasis en esa parte de su historia, “nadie lo culpe de su sueño” dicen, parafraseando unos versos suyos: "Habiendo robado/ Lluvia de tu jardín/ Y tocado tu cuerpo/ Me duermo/ No se culpe a nadie/ De mi sueño".
Los más de los textos de Hernández son un canto a la vida a pesar del dolor, así lo dice muchas veces, como en su elogio a la medicina “lo único que no tiene sentido es el dolor” y frente a ello no opone el escape, el adiós a la fiesta sino la búsqueda del goce, la iluminación, el nirvana en una puesta de sol, o en la contemplación de un letrero luminoso de cine de barrio. En la historia de su suicidio –para mi incomprensiblemente- se ha querido ver un último acto de rebeldía, el ejercicio de la libertad máxima, esa de disponer de la propia vida o de la propia muerte que es lo mismo aunque no sea igual, y cosas así. Nunca entendí cómo alguien que escribiera sobre las chelas frente al mar, sobre el jardín de los cherrys pudiera haberse saltado de este mundo así como así a pesar de lo difícil que es entender la mecánica de la existencia. Estos últimos días en que se hace justa memoria de su obra y de su vida me parecen mas oportunas las reflexiones sobre sus escritos y su gran aporte a la renovación del lenguaje literario nacional, comparto la idea de que la obra de un escritor debe verse muy aparte de su vida, Pedro Granados hace un erudito comentario sobre el tema “la obra de Luís Hernández, en cuanto atenta a la forma, sería análoga a la de Jorge Guillén: ‘En la tenaz búsqueda del sentido [...] Hernández, poeta, respondió desde esta condición al reto de la forma. En medio de ese mar que borra y desagrega (la vida simplemente), ¿no existe acaso, como Jorge Guillén lo vio y dijo, el salvavidas de la forma?’ (…) renueva y otorga contemporaneidad ilimitada -vía el humor- a una estética signada por el refinamiento, la paradoja y el misterio de raigambre simbolista o existencial”. Uff, terrible seguirle el hilo a los críticos, mejor vayamos a un texto de Hernández: “TETRAILIADA CANNABINOL: Era un gordo y tímido / Violinista niño. / Luego creció y tornóse / En el adolescente / A quien ninguna mujer /
Rechazara: / Atlético, vivaz, analfabeto. / Sólo alguien lo rehusó: / Una que en su corazón / Soñaba / Con un lento y músico gordo. / Así perdió Menelao a Helena, / La chicoyita de Troya”.
Por eso me ha removido los esquemas un último artículo de Edgar O´Hara, crítico literario que ha hecho importantes trabajos sobre la producción de Luchito Hernández para los amigos, al parecer esa historia de su suicidio es cuestionable, habiendo hecho una pesquisa casi policial sobre un caso de hace treinta años y en una época de la Argentina sometida a una de las peores dictaduras del siglo veinte en América latina, llega a la conclusión de que todo parece indicar que el poeta fue víctima de ese aparato de asesinatos y desapariciones del nefasto tiempo de Videla. O´Hara arguye que el lugar donde se encontró el cuerpo del vate fue un sitio recurrente donde los militares arrojaban a sus victimas, un paraje desolado en Santos Lugares, además hay detalles que caen por su propio peso, como las sospechosas notas periodísticas sobre el hecho, al parecer provenientes de una misma fuente, retrucadas, y así por el estilo. Entonces a pesar que de vida y obra van por senderos opuestos y que además se bifurcan, la imagen de Gran Jefe Un-Lado-del-Cielo que persevera en su ser cambia mucho y trastoca totalmente ese mito de la comuna literaria que ve en él la reencarnación de un Apolo desolado y tristísimo, y su obra misma –pienso- después de una revelación así es susceptible de otras lecturas.
Estos últimos meses he pensado mucho en esos sus versos “Grande es mi dolor / que en lo alto está / sereno lo contemplo / pues no me asusta ya”, como una letanía me los digo una y otra vez porque también es grande mi dolor y ansío la serenidad para verlo en lo alto y sin temor.
Ya va ser un mes de que falleciera mi abuelo, patriarca de un clan cada vez mas reducido, mi abuelo se mantuvo con los pies sobre la tierra a pesar de la peor de las soledades de la vejez; la pérdida de su esposa, con quien compartió este mundo por casi 70 años, yo pensé que el iría tras ella apenas pudiera, si era posible de inmediato, pero no, pasaron años en que se dedicó a ver el sol de las mañanas y las tardes, a pesar de su dolor, me decía yo, y no pensaba en nada mas que no fuera esa imagen suya de viejo árbol, casi surrealista por sus miradas que decían mucho más de los que pueden las palabras en los momentos difíciles, hace más de un mes escribí un cuento sobre él, decía, que poco a poco se iba convirtiendo en un ave, un cóndor, que su mirada había dejado de ser la de un ser humano y mas parecía de la una criatura de bestiario fantástico, de un ser hecho para ver desde las nubes, o desde el pasado o el futuro que talvez después de todo sean lo mismo, unos días después soñé con mi difunta abuela que nos visitaba a quienes aún estamos por acá, y tomando del brazo a mi abuelo lo llevaba cuarto por cuarto de esa su casa donde todos fuimos siempre felices, un par de días después mi abuelo alzo vuelo y partió para el país de los ancestros, resistió como un viejo chachakomo el haber vivido los rezagos del siglo XIX, haberse soplado el XX y ver así como desde las nubes los principios del siglo XXI.
Me imagino entonces a un Lucho Hernández, que como O´Hara sugiere, se pone sabroso en una redada de rutina ante los milicos, cachacos autómatas de una Argentina sometida a una dictadura terrible, qué habría dicho: “…che sus…” como en ese su celebrado verso. Esa otra historia, la de un poeta que jala más para este mundo que para el otro me parece mucho más interesante y ejemplar que la del escapista, porque después de todo la obra –sobre todo una obra tan encumbrada- no puede prescindir de la historia personal del creador. No había leído hasta ahora este poema que va a continuación: A Un suicida en una piscina, se me han hecho inolvidables estos versos: “Quédate en el tercer planeta /Tan sólo conocido/ Por tener unos seres bellísimos/ Que emiten sonidos con el cuello/ Esa unión entre el cuerpo/ Y los ensueños”.


A UN SUICIDA EN UNA PISCINA

No mueras más
Oye una sinfonía para banda
Volverás a amarte cuando escuches
Diez trombones
Con su añil claridad
Entre la noche
No mueras
Entreteje con su añil claridad
Por lo que Dios más ame
Sal de las aguas
Sécate
Contémplate en el espejo
En el cual te ahogabas
Quédate en el tercer planeta
Tan sólo conocido
Por tener unos seres bellísimos
Que emiten sonidos con el cuello
Esa unión entre el cuerpo
Y los ensueños
Y con máquinas ingenuas
Que se llevan a los labios
O acarician con las manos
Arte purísimo
Llamado música
No mueras más
Con su añil claridad.

(Lima, 8 de agosto de 1971)

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